Misofobia

Una de las cosas que más me gustan del otoño es el cambio de aperos. En este acontecimiento se puede dar la casuística de sacar un abrigo que tenías guardado desde el invierno pasado y descubrir que en uno de sus bolsillos te dejaste un euro con treinta y cinco céntimos!!! Este subidón es indescriptible, gritas y tienes ganas de abrazar a todo el mundo, pero lamentablemente te sueles encontrar sólo en el trastero por lo que tu exaltación de la alegría no va más allá de un par de oe oe oes.
O sacar tus polainas, por ejemplo. El mero hecho de imaginármelas puestas despierta en mí una sonrisa de oreja a oreja de estas de malote, como la que se te pone cuando sales el primero de un ascensor tras comerte un cocido de esos que “hacen cuerpo”. Que te entran ganas de gritar “¡Ala!! Para vosotros” cuando las puertas están a dos centímetros de cerrarse.
Porque las polainas son sinónimo de barro, lluvia y diversión. Y qué me gusta a mí ver un charco y meter los pies hasta el corvejón!!
También confieso que eso me gusta ahora, porque hasta los 18 años yo padecía misofobia, es decir, miedo a la suciedad y los gérmenes. De pequeño estaba siempre impoluto, yo era el único niño del colegio sin parches en los pantalones, yo salía al recreo como si fuera a coger chapapote, en clase me llamaban “El mayordomo de Tenn”, yo les echaba desodorante a los playmobil antes de jugar con ellos, yo les di la clase teórica del flúor a mis compañeros… ¿El motivo de esta fobia? Yo... he visto cosas que vosotros no creeríais.
He visto como mi madre cogía a mi hermano, le bajaba los pantalones y los calzoncillos hasta los tobillos y lo apoyaba sobre sus piernas, culo en pompa. He visto cómo lo inmovilizaba con el codo, de la manera más humillante posible, mientras con las manos procedía a la búsqueda y extracción de lombrices con una horquilla.
He visto a mi hermana con la cara aplastada en el lavabo mientras mi madre le pasaba un peine desde el mismo cráneo, arrancándole todo cuero cabelludo posible y con tal fuerza como si de un indio apache se tratase, para poder quitarle los piojos.
He visto al mayor de mis hermanos gritando de dolor mientras las uñas de sable de mi madre le arrancaban la carne de su cara. Limpieza de espinillas lo llamaba.
He visto a todos mirarme a los ojos y gritarme HUYE HUYEEEE!!!!

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