San Pedro de Alcántara bien vale una estatua



De los creadores de “esto del Facebook está muy bien pero le falta un bar” y de “esto de la orgía está muy bien pero necesitamos un poco de organización” llega a nuestra ciudad: “La calle San Pedro de Alcántara ha quedado muy bonita, pero le falta una estatua”.
Y es que las estatuas molan, y si están a pie de calle, mejor, pues te puedes hacer un selfie con ellas. Véase el caso de Leoncia. El 87,3% de los turistas que vienen a Cáceres (punto arriba, punto abajo) compran patatera y se hacen una foto con esta simpática mujer del periódico. No habrán visto el Aljibe, ni subido a la torre Bujaco, pero la foto con la Leoncia se la llevan de recuerdo.
Otra opción de cómo colocar una estatua es sentarla en un banco. ¡También funciona! Con esa típica foto al lado, mirándola e interactuando… como si hablaras con ella.
La tercera opción es ponerla en un alto o en una rotonda. Tampoco se librará de la foto, pero éstas ya se tomarán en horas intempestivas tras el típico reto de “a que no hay huevos”. Si aparte de estar en un alto, está dentro de una rotonda el reto es doble… y no te digo ná si va a caballo…
 
Hombre, lo ideal sería poner la propia estatua de San Pedro de Alcántara; porque da nombre a la calle y sobre todo porque ya la tenemos hecha y eso es algo que nos ahorramos. En su lugar estaría cojonudo poner en Santa María una de Rocky Balboa e ir subiendo las escaleras del arco de la estrella con el titoooo tiiiiiii titoooo tiiiiii… pero he de reconocer que no procede, así que dejo las cosas como están y propongo como figura a esa primera generación que nació con la democracia:
 
Muchacho de los 80 en el mes de noviembre.
Esta estatua representaría a un niño regresando del colegio, ataviado de:
- Unas Catiuscas, en cuyo interior encontraríamos unos calcetines blancos, con un destacado tomate, decorados con una raya roja y una negra en el extremo superior.
- Pantalones de pana con parches en las rodillas. De pana gorda, que si se mojaba era como caminar por arenas movedizas.
- Petrina bajada. Posiblemente rota debido a la brusquedad con la que nos la bajábamos. La petrina, digo.
- Camisa por fuera. Farraguas de pro.
- Jersey de lana hecho a mano y heredado. Antes no sólo heredabas de tus hermanos, heredabas de todo ser ajeno a ti hasta que la vestimenta se convertía en paño. Llegaba tu madre y te decía: “Este jersey se ha forjado en Mordor, custodiado por generaciones… un jersey único para abrigarlos a todos”. Un prenda que, por cierto, hoy en día prohibiría la OMS porque picaba de cohones y debías evitar por encima de todo que dicha prenda estuviera en contacto con la piel humana.
- Balón en la mano. Siempre había que llevarlo. O sabías jugar a futbol o llevabas un balón, pero como no tuvieras ninguna de las dos cosas no te elegían hasta que sólo quedara el cojo manteca, el donpimpom, y el del ojo vago.
- Mochila de 70kg a las espaldas. Lo que nos ha hecho hombres. Hombres hechos pero no derechos. Hombres con escoliosis, pero dignos de una estatua.

2 comentarios:

  1. Yo de lo que siempre me acordaré es de los columpios. Hoy en día los chavales tienen acceso a auténticos paruqes de atracciones en cualquier esquina. En los ochenta a lo más disponíamos de un tobogán oxidado, de esos que transmitían el tétano, un columpio de cadenas chirriantes a punto de ceder, en donde subirte era una experiencia, sobre todo porque el suelo era de hormigón, y eso con suerte, lo más normal es que fuera de hormigón decorado con cristales rotos y jeringas usadas. En los no se iba a los columpios, se iba a una especie de prueba tipo humor amarillo de la que a menudo muchos no regresaban.
    ¡Excelente como siempre Alpargatero!

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  2. Hoy en día no hay Mercromina ni parches en las rodillas, querido Lupieáñez.

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