1. Recreativos.
Los recreativos no sólo era el local donde poder
disfrutar de los futbolines y de los videojuegos que lo petaban por entonces:
los comecocos, el donkeykong, la nave esa que podías mover de derecha a
izquierda y disparaba a marcianos a tropel... no no. Los recreativos eran algo
más: te convertían en un hombre y tenías que acudir a ellos si querías ser
alguien en tu pandilla o colegio.
Con tu paga de 5 duros (0,15€) podías comprarte unos
gusanitos y unas golosinas o... cruzar la línea. Esa línea que separaba el bien
del Lado Oscuro, la infancia de la adolescencia.
Ahí podías ver cómo los mayores podían conseguir un
cigarrillo de estraperlo, cómo las no tan niñas escribían sobre sus carpetas
decoradas de la Super Pop, como se manipulaba las monedas - con taladro e hilo - para sacar partidas
gratuitas... Sodoma y Gomera, vamos.
Yo era de "Campeón", aunque no me puedo olvidar
de "El Chozo" (iba poco porque me daba un miedo de cojones entre lo
oscuro que era el local y el dueño con ese perraco y su riñonera) ni de "Reprix"
(donde había scalextric y mesas de ping pong).
2. Sesiones dominicales de cine.
Mis padres siempre han sido muy cinéfilos y me metieron
el gusanillo del séptimo arte en el cuerpo. Pero me lo metieron bien, por el
Método Ludovico, ese de la Naranja Mecánica.
Tenía el adorado cine Astoria al lado de casa y mi madre
me pagaba la sesión dominical infantil para que pasara el rato. Pero ¡coooño
con el rato!. Ahí entrabas y ya no volvías a ver la luz del sol. Sabías que en
el momento en el que ese hombre te rasgara el billete entrarías en un túnel del
tiempo en el que no sabrías cuándo ibas a salir.
Me acuerdo un domingo de Todos los Santos que entré a ver
"La Historia Interminable" y "Chiti, Chiti, Bang, Bang" y
cuando llegué a casa mi madre estaba poniendo el Belén.
Digno de mencionar cuando fui a ver "El planeta de
los simios". Sabía que eso me iba a pasar a mí, sabía que llegaría el día
que saliera del cine y aquello habría cambiado tanto que me iba a encontrar a
la estatua de Gabriel y Galán en el suelo... ¡Malditos! ¡Lo destruyeron todo!
Bueno, la verdad es que un día me desperté y ya no estaba
el Astoria, ni el Coliseum... ya no existía la majestuosidad de un cine, ya no
era rentable... ¡Malditos! ¡Lo destruyeron todo!
3. Ferias San Miguel.
Sí, queridos lectores, había DOS ferias en Cáceres. ¿hace
falta que diga algo más?
No sé deciros porqué nos decantamos por la feria de mayo
porque he intentado buscar en google "San Fernando Cáceres" y me sale
que se tarda 3h y 41 minutos por la A-66.
4. La droga en los colegios.
Esto ya no se ve, pero en los 80 había una alarma social - provocada seguramente por la AMPA - que
lo que venían a decirte es que regalaban droga en los colegios:
¡Hijo! ¡No aceptes caramelos en el colegio que llevan
droga!
¡Hijo! ¡No aceptes los cromos que te regalan en el
colegio que llevan droga!
Que los yonkis eran gilipollas y se dedicaban a regalarla
con su jeringuilla y todo a cambio de un cromo de Hugo Sánchez, vamos.
No sólo era en los colegios, sino que toda zona abandonada
cercana a donde pudiera haber niños era considerada zona ZEPY (Zona de Especial
Protección al Yonki):- El local derruido y pintarrajeado al lado de la pista de fútbol del Parque del Príncipe.
- Lo oscuro de las pistas de La Madrila. Éstas, además, cumplían dos requisitos pues lindaban con el Colegio Nazaret.
- El Parque del Rodeo, en toda su magnitud.
...
Aquel paraje que no estaba debidamente alumbrado o aquel local que llevaba más de un día cerrado... ya estaba lleno de "drogadito y jeringuillas".
5. El Personaje.
Llevamos muchos años con la hegemonía de Pitoño, pero
esta ciudad ha dado grandes personajes: desde el famoso Nano, hasta Zacarías y
su muleta, incluyendo a Leopoldo con su bici, pasando por el Lucas que te
pedía/robaba por los botellones o el gran Eusebio el batería. Me quedo con este
último, pues le tenía un gran cariño.
Famoso era por su manejo de la batería pero igual lo era
por su fervor a la Semana Santa Cacereña.
Él quería ir en la procesión con su tambor pero
incomprensiblemente las bandas no le dejaban tocar en ella, así que se
decantaba por la opción de "hermano de luz", el capuchón de toda la
vida, vamos.
Era fácil averiguar cuál de ellos era Eusebio: tenía la
túnica sin planchar con arrugas acumuladas de varios años, unos agujeros en el capuchón -
supuestamente para los ojos - tan grandes que descubrían media
cara, y un sonido peculiar que realizaba con la boca o con la garganta - irrepetible - con el que se pasaba saludando durante toda la
procesión.
Pero todas las anécdotas se quedan cortas comparado con
la ocurrida el Domingo de Ramos del 96. Esperaba en la plaza con un par de amigos la famosa
procesión de la burrina y vemos aparecer la tierna imagen de los niños con sus
palmas. La ternura se transformó en risas y carcajadas cuando surge Eusebio,
detrás del paso, entre las autoridades, con una rama de palmera de unos tres metros
de altura.
Qué grande eres, Eusebio.
...Y si osabas saludarle con un ¡Adiós Batería!te respondía con un "¡Arrascamela que la tengo fría!"
ResponderEliminar¡Mítico aquel Domingo de Ramos Alpargatero Garrapatero!
jajaja... cierto cierto!! Qué grande Eusebio!!
EliminarPues yo era más de Zacarias. Jamás olvidaré el día en que mantuvo a todos los integrantes de la parada de Gil Cordero secuestrados en un portal. Él, hábil estratega, se colocó oculto a un lado de la puerta y cuando intentábamos salir, aparecía como de la nada su archiconocoda y nunca suficientemente temida arma mortal: la muleta. Más de uno se llevó un muletazo en las costillas...
ResponderEliminarMagnificos recuerdos garrapatero.
Algunas noches creo escuchar el sonido de la muleta... Clin, clin, clin...
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar