Lo peor que le puede pasar al ser humano es que le cambien las costumbres. Mi caso, por ejemplo: Yo soy de vientre matutino. Me levanto, desayuno, libero a Willy y empiezo el día con una sonrisa.
Pero como se produzca alguna alteración en ese proceso, no respondo a las posibles consecuencias.
Pues aquí en España llevan toda la vida cambiando nuestras
costumbres y puteándonos.
Nos añadieron una letra en nuestro carné, nos obligaron a
marcar el prefijo en llamadas interurbanas, nos quitaron la peseta, no nos
enseñaron a pronunciar la nueva moneda ¿jeuro?
¿leuro? ¿iuro? y encima nos mintieron en el cambio: se pasaron dos años
diciéndonos que 1 euro correspondían a 166,386 pesetas hasta los pocos días de
la instauración de la nueva moneda en la que “redondearon” a 1 eur = 100
pesetas. Cubatas a 5 euros, por Dios Santo!!
¿y la hora? ¿a qué viene ese cachondeo? Que si hoy a las 2
son las 3, que si a las 3 las 2… esto hace que me tire medio año con la hora
mal en mi coche esperando que llegue octubre para que coincida, porque paso de
cambiarla.
La dirección de tu casa ya no le importa a nadie, ahora te
piden la virtual. Que como es normal, da lugar a este tipo de confusiones:
-
¿Dirección
de correo?
-
No,
perdone, me refiero a la ordinaria:
y aquí lo peor no fue aprenderse la dirección de email, lo
peor es que a día de hoy el 83% de la población no sabe dibujar el @. No nos
han enseñado a circular por rotondas como para enseñarnos a dibujar estos símbolos.
Supongo que los cuadernillos Rubio vendrán actualizados con sus @, € … para que
no les pase esto a las nuevas generaciones.
Si hay cambio debe haber formación.
Nosotros nos hemos pasado toda la vida acercándonos al Señor
Quiosquero (que era como un Dios para nosotros, ya que tenía todo lo que un
niño puede desear en 2 metros cuadrados) y amablemente le hemos pedido unos
gusanitos y unas chuches. Te los daba, le pagabas y aquí paz y después gloria. Pero
como todo, cambió:
Inauguraba yo la etapa de quinceañero cuando paseaba con mi Primastro Garrapatero por la ciudad sin
ley, Torremolinos (el Hollywood de la
Costa de Sol donde se rodaron secuencias tan memorables como el paseíllo playero
de Alfredo Landa en el blockbuster “Manolo, la nuit”), cuando vimos una
tienda con decenas de expositores de golosinas. Un espectáculo de colores y azúcar,
pero con truco: ¡tú mismo te servías!
Así que decidimos entrar y a mí, que siempre me ha podido el
ansia viva, empecé a echar gominolas en ese saco que tenía por bolsa como
cuando asaltan los supermercados en esas pelis del fin del mundo. Mi primastro
me miraba y alertaba:
-
“Pri, que
tienes 200 pesetas y creo que te has pasado”
-
De eso
nada. Son a 75 pesetas el kilo y esto pesa menos que una caja de leche.
Mi seguridad en mi toma de decisiones me volvía a meter en
problemas. Entregué la bolsa a la cajera que ni corta ni perezosa me dijo:
-
Son 735
pesetas.
¡Dios mío! puse cara de Ozil de guasap y busqué con la
mirada a mi primastro para ver si entre los dos llegábamos a esa cantidad, pero
el cabrón ya había huido y estaba a unos dos kilómetros, lejos de todo peligro.
Quedaba yo sólo. Y mi orgullo. Así que no me achanté:
-
¡Pero esto
qué es! ¡A ver si revisamos la puta báscula! ¡Ladrones! …y salí corriendo.
Errar es humano...pero
echarle la culpa a otro, es más humano todavía.
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